sábado, 5 de abril de 2025

Pilar Adón y Yolanda González

 

 

Pilar Adón, Las iras. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2025.

Como Dirae o Furiae, las iras o las furias, eran conocidas en Roma las diosas de la venganza, denominadas Erinias o Euménides en Grecia. Son diosas ctónicas, vinculadas a la tierra (véase Las iras, p. 52), y aparecen ligadas a historias donde la violencia tiene un papel central. Por eso es lógico que proporcionen sustrato y título a este libro de relatos de Pilar Adón, un “ciclo de cuentos” (categoría narratológica que Carmen Pujante ha aplicado a los de Adón con acierto) que amplía su mundo narrativo, al tiempo que deja ver su nutrido universo de referencias, ecos y homenajes culturales y literarios, una de sus marcas autoriales. Por ejemplo, el cuento “El sacrificio” reelabora el mito de Acteón, que sufriese la ira de Artemisa por verla desnuda mientras la diosa se bañaba; como represalia, Artemisa convierte a Acteón en ciervo y envía luego una manada de perros para que lo devoren; de la misma forma, la amiga de Adita la sacrifica al “perro” del despeñamiento para vengar la muerte de su madre. O, en el relato “Tyto alba” (nombre científico de la lechuza común), Adón reescribe el mito de las Lamias, representadas a veces como mitad mujer y mitad serpiente, mujeres que sufren la ira de otra mujer por su capacidad sexual.

Hay una constante que se repite en varias obras de la narradora madrileña: la tensión entre personajes femeninos que huyen de una realidad insatisfactoria y por circunstancias diversas acaban recluidas en un espacio, casi siempre rural o apartado, aún más asfixiante o claustrofóbico que el hogar que han abandonado. Laberintos de un solo pasillo, sus espacios ficcionales parecen estar vivos, como un reflejo retorcido de la psicología posvictoriana de los personajes: “Es muy importante el entorno en que crecemos” (p. 45), dice una directora de internado, señalando una especie de fatalismo del lugar, que puede aplicarse a varias piezas del libro.

“En el páramo” da una idea de la complejidad constructiva de Adón en un cuento de apenas una página. Este relato toma al personaje de Bertha Mason (Bertha Antoinetta Rochester, después de casada) de la novela Jane Eyre (1847), de Charlotte Brönte, y la refunde con la Antoinette Cosway creada por Jean Rhys para El mar de los sargazos (1966), escrita como precuela de Jane Eyre desarrollando la parte ambientada por Brönte en Jamaica. Es decir, la de Adón es la tercera capa referencial creada a partir de la inolvidable “loca del desván” creada por la narradora inglesa.

Además de las referencias literarias y mitológicas, las bíblicas son constantes en Las iras, quizá porque la furia veterotestamentaria permite una lectura, más simbólica que trascendente, del mundo soterrado donde estas niñas terribles y estas mujeres vengativas desarrollan sus tramas. Da la impresión de que estas reescrituras míticas se ponen por Adón al servicio de una mostración crítica de la secular identificación histórico-cultural de la mujer con el mal y la venganza. Aunque la violencia sigue, ahora está libre de la mirada masculina, y se reescribe como ficción y no como fatum inesquivable: estas iras y venganzas parecen ligadas a la falta de afecto, más que a cualquier otra motivación, un desamor estructural que acucia la llegada de las sombras. Como ha dicho con acierto Adón en alguna entrevista, “los terrores ancestrales no han cambiado”, y su narrativa es una muestra de esa pervivencia simbólica en nuestros días.

Para terminar, Las iras establece vínculos semánticos con De bestias y aves (2022), novela de la que ya hemos hablado aquí, recuperando a uno de sus personajes principales. Otro detalle que demuestra la coherencia narrativa del mundo de Pilar Adón, entre los muchos que podrían citarse, un mundo literario que me parece de los más sugestivos, sólidos y cuidados que encontramos en nuestro panorama.

 

Yolanda González, Fusión. Seis ficciones salvajes. Madrid: De Conatus, 2025.

En su momento fue para mí una notable sorpresa la lectura de Punto Cero (Carpe Noctem, 2017), de cuya existencia me advirtió ese excelente lector que es Jesús Aguado, novela sobre la que he escrito en un par de ocasiones (aquí y aquí). He seguido leyendo desde entonces a Yolanda González, aunque en sus libros posteriores cierto sobrepeso de la lección pedagógico-ideológica lastraba, a mi juicio, su narrativa, especialmente en Oceánida (2021). Sin embargo, en Fusión. Seis ficciones salvajes, publicada por la siempre interesante editorial De Conatus –uno de los escasos refugios de la narrativa de riesgo–, es detectable mayor equilibrio en la mayoría de los relatos entre la tensión expresiva y la denuncia climática (salvo quizá el primer relato, “Sangre, latido”, que pese a la imaginación desbordante de la autora termina siendo un ortodoxo manifiesto ecologista disfrazado de distopía).

El volumen remonta con los demás relatos, especialmente con el excelente “Seda salvaje”, que tras un comienzo titubeante en lo estilístico adquiere luego solidez, para trenzar con aplomo casos históricos de extractivismo biológico y de explotación de pueblos indígenas, por ejemplo los “zoos humanos” en metrópolis supuestamente civilizadas, un tema que puede encontrarse también en novelas recientes de Roque Larraquy (La telepatía nacional, 2020) y Juan Cárdenas (Peregrino transparente, 2023). Ese recurso de contar dos historias a la vez, una macro y otra micro, se aprecia también en “Albopictus imperial”, que entrevera una trama familiar con la peripecia global de los mosquitos tigre –temática que trae a la memoria la apocalíptica novela de Michel Nieva La infancia del mundo (2023)–; en el relato de González la disparidad de opiniones de la pareja protagonista evita la admonición panfletaria, en aras de una exposición contrastada de pareceres. En varios de los relatos hay una crítica a la globalización como aceleradora de los problemas climáticos, con no pocos argumentos científicos deslizados hábilmente en las conversaciones de los personajes, pero, salvo en el primer relato, esa postura supone un enriquecimiento intelectual para el libro, y no un gravamen: simplemente, muestra que González está preocupada por su tiempo y por su espacio, algo que parece lógico en una narrativa que toma al presente y al inmediato futuro como campo de operaciones.

Una de las mayores virtudes de González es su capacidad asombrosa para crear mundos, apoyada en una prosa rica y sólida, incluso barroca en ocasiones, de notable plasticidad, que nos permite columbrar todas las dimensiones sensoriales del espacio-tiempo recreado y facilita la inmersión en las diferentes historias. La visualidad de su escritura casa bien con los argumentos, que nunca son planos y admiten varias capas de complejidad, planteándose desafíos de los que sale la autora más que airosa. Por todo ello, estas seis ficciones salvajes hacen honor a su título, y nos dejan un regusto lector tan inquietante como agradecible.

 

 

[Relación con autoras editoriales: con Yolanda González y De Conatus, ninguna; con Pilar Adón tengo buena relación -presenté este libro el mes pasado en la librería Rayuela- y compartimos editorial.]


 

miércoles, 2 de abril de 2025

El libro vacío de Josefina Vicens

Comparto el vídeo de la sesión sobre El libro vacío de Josefina Vicens. Hacia el final hablo también brevemente de Los años falsos. Dos novelas excelentes que nadie debería perderse.

 

 





jueves, 20 de marzo de 2025

Sigrid Nunez y El amigo

Comparto la sesión del Club de lectura del Centro Cultural de La Malagueta sobre El amigo, de Sigrid Nunez: 


 


domingo, 9 de marzo de 2025

Dos parodias del realismo narrativo




Percival Everett, Cancelado. Trad. Javier Calvo. Madrid: De Conatus, 2024.

Rachel Cusk, Desfile. Trad. Catalina Martínez Muñoz. Madrid: Libros del Asteroide, 2025.

La escritura era la más reacia de todas las artes a la disociación de la identidad. Una novela era una voz, y una voz tenía que ser de alguien. 

Rachel Cusk, Desfile

Si el objetivo del realismo literario, tras su consolidación decimonónica, es en buena medida la reproducción exacta e inconfundible de cierta idea de realidad que tiene su autor/a (un absoluto disparate teórico, como intenté demostrar en Singularidades, 2006, pp. 62-69), penetrar en la médula de esa supuesta reproducción no intercambiable, para ponerla en solfa, tiene dos virtudes: la primera, demostrar que quien parodia el procedimiento comprende la falacia conceptual del realismo ingenuo y la combate; la segunda, producir obras por lo común sugestivas, artísticamente inteligentes y ambiciosas, porque son, a su manera, manifiestos de lo que el arte y la literatura deberían ser: construcciones intelectuales complejas capaces de asombrar, interesar y divertir a quien lee, puesto que ver discurrir un pensamiento ingenioso ante los ojos es siempre tan fértil como divertido.05

Estas cualidades están presentes en dos obras recientemente traducidas: Cancelado, de Percival Everett (en versión de Javier Calvo) y Desfile, de Rachel Cusk (traducción de Catalina Martínez Muñoz). Las dos novelas combaten la literatura realista: Cancelado, de un modo explícito, riéndose abiertamente de un modo “magnetofónico” de reproducir la realidad a través de un lenguaje mimético excesivamente forzado; Desfile, a través de la desactivación minuciosa del propósito realista de identificar a la perfección a cada personaje, escenario o hecho: Cusk borra las identidades y hace de la ambigüedad psicológica y argumental el eje de su trama narrativa.

Cancelado es una novela muy compleja; un análisis completo de sus planteamientos requeriría varias páginas, y no tengo tiempo de acometerlo ahora, pero bastará con apuntar que el protagonista es un escritor que se venga de su falta de éxito perpetrando una parodia de una exitosa novela magnetofónica que renuncia a cualquier profundidad o estilo para reconstruir, discutiblemente, una psique marginal afroamericana a través de la jerga de sus personajes (algo similar, por buscar una analogía patria, a lo que hizo Greta García en Solo quería bailar). Su réplica irónica generará una cadena de hilarantes consecuencias en cascada que no quiero revelar, pero que actúan en tres frentes: la memorable crítica del realismo ingenuo, la discusión sobre qué significa ser un escritor afroamericano, y una honda cavilación sobre los límites de la traición estética a uno mismo. El resultado, configurado como novela experimental crítica a su vez con ciertos experimentalismos, a lo mejor no es tan impactante como Los árboles (DeConatus, trad. Javier Calvo, 2023), una de las novelas más salvajes y desasosegantes que he leído en los últimos años, pero desde luego Cancelado es una obra sólida, desafiante y de recomendable lectura, que nunca olvida que “el arte halla su forma y que nunca es una simple manifestación de la vida” (p. 59).

También es experimental Desfile, pero no en la estructura ni en los juegos de lenguaje, como en la novela de Everett, sino en el plano subjetivo, mediante una dilución posmoderna de los caracteres de tal grado que coquetea con su completo borrado (en una entrevista al New Yorker, Cusk declaró que no creía en los personajes). Una serie de artistas, mujeres y hombres, todos llamados simplemente “G” –algunos son fáciles de reconocer, como George Baselitz o Louise Bourgeois; otros han sido identificados como Paula Modersohn-Becker o Éric Rohmer–, comparecen a lo largo de las cuatro partes del libro, a veces descritos en tercera persona y otros apelados por una narradora intradiegética que no está claro que sea siempre la misma –de hecho, en la cuarta parte se pasa a un nosotros elocutorio–. Este desafío a dos de las leyes básicas de la literatura comercial, la claridad argumental y la reconocibilidad de narrador y personajes, lleva a Cusk a un vertiginoso discurrir por psiques y hechos que muestra acaso que esos artistas recreados no son importantes, sino que lo nuclear es la continuidad de ciertas experiencias de insatisfacción, secreto, dolor, silencio y la imposibilidad de distinguir entre éxito y fracaso. Un tema este último, por cierto, que también aborda el narrador Monk de Cancelado de Everett.

Me parece muy original que Cusk trabaje más el impacto de las obras de arte sobre los familiares de los artistas que sobre el mito del genio y la gestación creadora de las piezas, como suele ser habitual en “novelas de artista”. En Desfile se desplaza el enfoque tradicional de la atención, aboliendo las personalidades arrolladoras: aunque hay someros análisis de las obras de arte, el énfasis narrativo se sitúa en las personas cercanas, en la interpretación que estas realizan de las obras, en cómo sufren la actividad creativa de la esposa, del marido o del padre o madre, en los devastadores efectos familiares, afectivos y sentimentales del arte, mostrando la creación a la vez desde dentro y desde fuera.

En resumen, dos novelas valiosas, diferentes, antirrealistas, destacables por su valentía y por ir de frente contra todo tipo de convencionalismos.

 

[Relación con autores y editoriales: ninguna]

miércoles, 26 de febrero de 2025

Breverías completas de Pérez Estrada


Fragmento de mi prólogo al recién publicado libro de Rafael Pérez Estrada, (2025). Breverías completas. Barcelona: Galaxia Gutenberg. 

 

"He oído y leído decenas de citas, chascarrillos y anécdotas de Pérez Estrada, que revelan una personalidad arrolladora, aguda y desopilante, capaz siempre de decir la phrase juste en el momento exacto, y esa capacidad ingeniosa de síntesis suele conducir, más temprano que tarde, al aforismo. En la mayoría de los estudios sobre el género aforístico se dedica un apartado a reunir las diversas terminologías personalizadas que el género concita, y entre ellas siempre se incluye la de «brevería», creada por Rafael Pérez Estrada para sus creaciones minúsculas y afortunadas, claro indicio de la importancia que el autor tiene en nuestro país dentro del “hipergénero” (Paulo Gatica Cote, El aforismo hispánico en la encrucijada digital) más breve. Esas breverías son las reunidas en este volumen, ordenadas con un criterio riguroso –que invita más a seguir los temas que la cronología– por José Ángel Cilleruelo, albacea modélico y esforzado de la obra de Pérez Estrada.

Este conjunto de aforismos puede funcionar como una especie de modelo a escala de la obra de Pérez Estrada. Como un espejo roto, refleja casi toda la unidad difusa de su obra, porque su proyecto aforístico está compuesto a partir de una radical hibridación de géneros literarios. Así, comienza con un adagio donde se aúnan palabra y deseo, «Se alzó tanto el lenguaje entre nosotros que tuve que besarla», y a partir de ahí se van encadenando otras fulguraciones semánticamente entrelazadas. En ocasiones el autor crea un tipo de frase o párrafo breve que oscila entre el apunte, el aforismo, el poema en prosa y el microcuento, algo que ya apuntó Francisco Ruiz Noguera, cuando escribió que Pérez Estrada «se acoge, tanto en lo formal como en lo conceptual, a la tradición literaria de lo conciso, así como a una textualidad –fronteriza entre lo lírico y lo narrativo– que está en la línea de las nuevas maneras del microrrelato». Estos imaginarios anfibios le permiten al autor inventar libérrimamente anécdotas y teorías entre lo realista y lo surrealista; invenciones que pueblan sus textos en general, y este libro en particular, de imágenes poéticas ambientadas en las culturas más diversas. La creatividad y el sentido del humor se aprecian también en los personajes apócrifos: filósofos, cortesanas, religiosos o sabios que nunca existieron fuera de estas páginas, y que funcionan como sosias o pseudónimos de su inteligencia.

Como ha señalado Ana Cabello, la escritura de Pérez Estrada tiene una característica singular: «la obra de Rafael Pérez Estrada hay que concebirla como una obra total, donde el poeta hace, deshace y rehace continuamente». No hablamos de una reescritura continua –a la manera de Juan Ramón Jiménez, donde los textos son trabajados individualmente hasta la exasperación–, sino de otro tipo de operación literaria, más compleja, que parte de una visión de la escritura propia como un cosmos, cuyas galaxias o piezas pueden alearse, desatarse y alterarse a voluntad, produciendo resultados diversos según la ordenación resultante en cada momento. La secuencia de piezas, en su nueva ubicación y afectada por las recientes vecindades, arroja resonancias distintas, y la consecuencia de la novedosa agrupación de piezas es otra estrella, otra galaxia u otra nebulosa que sigue haciendo obra, creando universo conceptual. Y por su naturaleza paradojal, solitaria y agrupable a la vez, los aforismos tienen una condición errante que se ajustaba especialmente al gusto metamórfico e inquieto de Pérez Estrada, «señor del instante, […] maestro de las intuiciones cinceladas para siempre», como lo ha definido Jesús Aguado.

Pocas veces un creador ha pisado con tanta fuerza a la vez lo fantasioso y lo real; es raro que alguien sea capaz de recrear el deseo, el cuerpo o un lugar concreto, y de ahí pueda saltar sin dificultad, como puede verse en la «textura brillante y transparente» (José Luis Morante) de estos aforismos, a lo angélico o lo maravilloso. Como explicó José Ángel Cilleruelo en 1999, en Pérez Estrada «El arte —lo azul— es un “estado de gracia”, pero una vez constatado, su efecto languidece frente a una belleza sensual, concreta y penetrante: el “inquietante perfume” de la verdadera realidad; esa realidad —parece querer decirnos Pérez Estrada en sus “poéticas”— que ha escapado del realismo y solo es posible capturarla en las Málagas inventadas, en las infinitas alas del ángel o en sí misma —su perfume, su tacto, su imagen... En suma: en la imaginación». Calidad, la imaginativa, que ha sido destacada siempre por los estudiosos como la característica más constante y reseñable de la obra del malagueño."